Durante años, las explosivas medidas represivas han marcado el crecimiento de las operaciones de estafas ilícitas en todo el Sudeste Asiático. La demolición del KK Park en Myanmar –un famoso “centro de estafa” que alberga a decenas de miles de personas obligadas a cometer fraude- se presentó como una victoria. Sin embargo, los operadores desaparecieron antes de que cayeran las bombas, reubicándose y dejando atrás a miles de posibles víctimas de la trata. Este patrón no es una excepción, sino la norma: una evasión calculada que ilustra un problema más profundo.
Los expertos ahora describen que la región está entrando en una era de “Estado estafador”: países donde el fraude a gran escala se ha integrado profundamente en las instituciones, las economías e incluso los gobiernos. La industria ha crecido tanto que rivaliza en escala con el comercio mundial de drogas, generando decenas de miles de millones de dólares al año. A diferencia del crimen organizado tradicional, estas operaciones no son ocultas: operan abiertamente, a menudo con impunidad.
La industrialización del fraude
Lo que comenzó como estafas en línea a pequeña escala se ha convertido en una economía política industrial altamente organizada. En los últimos cinco años, la estafa se ha convertido en una fuerza económica dominante en la subregión del Mekong, impulsando la corrupción y remodelando la gobernanza. A pesar de las negativas oficiales, los gobiernos de Myanmar, Camboya y Laos han mostrado poco interés genuino en eliminar una industria que impulsa sus economías. Las medidas represivas a menudo se describen como tácticas de “golpear al topo”: acciones performativas dirigidas a actores menores mientras dejan intactas las redes centrales.
El núcleo de esta economía ilícita reside en las estafas de “matanza de cerdos”, en las que se prepara a las víctimas en relaciones en línea antes de ser defraudadas con sumas asombrosas. La tecnología sofisticada, incluida la IA generativa, los deepfakes y los sitios web clonados, ahora impulsa estas operaciones. Las víctimas informan haber perdido un promedio de 155.000 dólares cada una, a menudo más de la mitad de su patrimonio neto.
Complicidad del Estado y dependencia económica
La escala de la industria es asombrosa: las estimaciones oscilan entre 70 mil millones y cientos de miles de millones de dólares al año. Esto ha llevado a una rápida construcción de infraestructura en zonas de conflicto y zonas fronterizas sin ley. En Laos operan alrededor de 400 centros de estafa en zonas económicas especiales. En Camboya, una empresa supuestamente apuntó a 15 mil millones de dólares en criptomonedas, una cantidad equivalente a la mitad de toda la economía de Camboya.
No se trata sólo de dinero; se trata de participación política y estatal. Los autores intelectuales de la estafa operan a altos niveles, obteniendo credenciales diplomáticas y actuando como asesores gubernamentales. En Myanmar, los centros de estafa se han convertido en un flujo financiero clave para los grupos armados. En Filipinas, la ex alcaldesa Alice Guo fue condenada recientemente a cadena perpetua por llevar a cabo una operación de estafa masiva mientras estaba en el cargo.
La nueva normalidad
La flagrante impunidad es en sí misma reveladora. Estos complejos se construyen a la vista del público, y los estados toleran o incluso permiten la actividad criminal. Este nivel de cooptación estatal no tiene precedentes en los mercados ilícitos modernos. La situación está empeorando rápidamente y la economía fraudulenta ha duplicado su tamaño desde 2020.
“Esta es un área de crecimiento masivo… Se ha convertido en un mercado ilícito global solo desde 2021, y ahora estamos hablando de un mercado ilícito de más de 70 mil millones de dólares por año”. – Jason Tower, Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional.
El surgimiento de los “estados estafadores” representa una nueva era en la delincuencia transnacional, una en la que la corrupción, la dependencia económica y la impunidad política convergen para crear un ecosistema autosostenible y multimillonario. El problema no es sólo el fraude; se trata de la erosión de la gobernanza y la normalización de la criminalidad patrocinada por el Estado.

















